Y llega la hora de profesionalizarse y darle un hueco a lo que realmente te gusta y para lo que has estudiado.
Tras mucho buscar y poco encontrar (mucho ruido y pocas nueces) las cosas se ponían a mi favor y la era tecnológica iba a jugar en mi equipo. Las redes sociales a veces y sólo a veces pueden servir más que para simplemente lanzar me gustas, y sí, encontré Fangaloka gracias a una de ellas.
Con un Breaking Beers me recibieron, empezaba bien la cosa…
¿Qué si lo conocía? Ni por asomo, no tenía ni idea de qué era un coworking, y eso que estudiando Sociología estas cosas deberían de llegar a la Universidad por lo menos. En fin que tras un año de espera y concienciada de que no iba a encontrar un hueco, estancada en el sector terciario viendo como pasaba la vida una y otra vez (y señoras… muchas señoras), decidí dar el paso, atreverme. El primer día que entré en la isla ya vi que esto era diferente…
El espíritu coworker es mucho más que una forma de trabajo, es el ánimo que tiene cada día la gente al venir a su puesto de trabajo. Es poder compaginar vida laboral con otros muchos factores que refuerzan su razón de ser compartiendo momentos con gente que nada tiene que ver con tu especialización laboral.
El coworking depende y se da forma gracias a quien lo constituye y como chica nueva en la oficina he podido aprender de todos ellos los valores que como tal conforman este espacio de trabajo, el cual es más que una oficina compartida, y más que sus partes es un todo, la sinergia de la unión.
Porque los Beatles si se equivocaban con su “Nothing´s gonna change my world” y sí, sí que hay cosas que pueden cambiar tu mundo, por lo menos las expectativas que te vas formando de él; quién me iba a decir a mí que iba a conocer un espacio de trabajo así, bueno quién me iba a decir que esto existía…
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